Murió “Pajarito” Fernández, el ex cura que llenó estadios para sembrar esperanza
En Jesús y el Peronismo había encontrado las respuestas que buscaba. Desde el Movimiento del Buen Viaje y el Servicio a la Cultura Popular reunía jóvenes para ejercer el cristianismo en su dimensión más humana. Trabajó de manera incansable para acompañar a quienes viven situaciones de consumos problemáticos.

El lunes (26 de mayo) murió Carlos Alberto “Pajarito” Fernández, el ex sacerdote que desde el Movimiento del Buen Viaje, motorizó el encuentro de miles de jóvenes que buscaban un horizonte en una Argentina golpeada.
Había iniciado su formación religiosa en la década del 60 y ordenado sacerdote en los setenta, en medio de la dictadura cívico militar. Para entonces, ya había blanqueado decenas de paredes para escribir las consignas que llevaron al triunfo de Héctor Cámpora, en 1973.
“Yo era un chetito de Devoto que me convertí al cristianismo y al peronismo. Descubrí el Evangelio y en el Peronismo encontré las respuestas”, se había descripto hace un par de años en una entrevista con Martín García, en Radio Rebelde. En esa misma charla, Pajarito recordó las enormes convocatorias a juveniles que organizó cuando agonizaba la dictadura, en 1983 y cuando la primavera democrática no daba las respuestas soñadas, en 1986.
“La primera convocatoria – evocaba- se llamó La pasión según San Juan, con la consigna Murió y nos unió. En ese momento teníamos que actuar con picardía, en una época en la que la Iglesia hablaba de ‘reconciliación’ y de la ‘teoría de los dos demonios’, teníamos que hacer malabares para no quedar descolocados y poder conseguir un estadio como Vélez, en la Arquidiócesis de Buenos Aires en la que el obispo era el cardenal Aramburu. El segundo tuvo otro tono, se llamó La pasión sucede hoy y se dio cuando ya estábamos en democracia pero no sabíamos nada de los compañeros desaparecidos y en momentos en los que había hambre y lo único que llegaba a los barrios era la Caja PAN”.
Su formación tercermundista lo llevó a caminar siempre junto al pueblo. “Desde sus primeras experiencias pastorales en el conurbano bonaerense –especialmente en la zona sur– se hizo evidente su estilo: cercano, horizontal, comunitario. Prefería los clubes de barrio, las canchitas, los galpones populares, antes que los templos formales. Su modo de predicar no era desde el púlpito, sino desde el fogón. Su método era el vínculo”, lo describió el sitio Barrio Adentro, tras conocerse su fallecimiento.
Aun cuando dejó su rol sacerdotal, su compromiso cristiano continuó durante el resto de su vida y así se lo reconocieron sus compañeros, llamándolo “Padre Pajarito” del Servicio a la Cultura Popular, SERCUPO, el colectivo que fundó para continuar su militancia con y por los más humildes, donde creó espacios para jóvenes en situación de consumos problemáticos y acompañó a sus familias buscando formas de organización comunitaria.

La despedida de Eduardo de la Serna
“Cosa rara, porque todos sabemos que en la tierra se dejan huellas, pero en el agua o en el aire, ¡no!
Pero resulta que hubo uno que volaba… a ras de suelo y por las nubes, ¡volaba! Pero a cualquiera que lo conocía, que estaba con él, le dejaba huellas. Huellas que le hacían mirar para arriba y con los pies en la tierra. Hubo uno que miraba la realidad, la olfateaba, y después, solo después, hablaba. Y su palabra era canto y era vuelo. Era propuesta para un mundo mejor. Cada vez que nos veíamos o hablábamos, sabía que después de comentar pasados y presentes y de reírnos, vendría una propuesta, propuesta de vida y esperanza.
Propuesta de vuelo para otros. Para muchos. Es que no se vuela solo, sino en bandada, aunque haya un pájaro que marque el rumbo, que indique sentidos, y que den ganas de seguirlos porque sabemos que es de felicidad para tantas, tantos, tantes. Y dejó huellas y, fiel a su estilo, las sigue dejando. Para reconocerlas, sólo hay que tener los pies en el barro y mirar para arriba; allí veremos un pájaro que deja huellas de esperanza”.
Juan C. Quiroga: «A volar Pajarito, a volar»
Hay personas a las que sus sobrenombres los pintan tal cual y expresan de ellos o ellas, la cualidad, el don, la gracia que sabrán donar al mundo para que este sea un poco mejor.
Pájaro, Pajarito, es… era… es un tipo que volaba alto, tenía que honrar su apodo. Cuando lo conocimos, no volaba por volar. Volaba porque tenía que alcanzar a otros la alegría de una Buena Noticia que a su corazón lo había hecho vibrar de un modo desconocido, precisamente cuando estaba en algún “vuelo”, no del todo bueno. Y tenía el don. Los más despreciados, olvidados, rotos, solos, falopeados, se le acercaban.
Había algo en Pájaro que se desprendía y que generaba seguridad, serenidad, tranquilidad, confianza, camino de Dios. Lo conocimos hace más de cuarenta y tantos años allá en la parroquia de Cristo Rey en Villa Pueyrredón, dónde lo habían enviado desde el seminario a transitar su acolitado. Le faltaban dos años para ordenarse de cura. Nos llevó de galpones, nos acompañó de campamento, nos enseñó a armar cigarros con papel y tabaco que era más barato que comprar el atado, nos divirtió con sus anécdotas, nos cantó la única canción que sabía en la guitarra, “El rey lloró”, lo salvó al gordo Mónaco en plena Laguna Negra, cuando camino al cresteo, Oscar que iba con botas de suela… empezó a patinar por la piedra derechito al agua y Pajarito le tiró su poncho al modo de una soga y lo subió. Nosotros, con 15, 16 años, vimos la proeza admirados.
Era lo más. Y justo. Lo Más que nos compartió fue su testimonio de fe. Creía y volaba tanto con el Dios de Amor en que creía, que estaba seguro que otros también tenían que hacerlo. De vuelta, no en un vuelo inútil. Un vuelo al cielo, a ese lugar imaginario donde nos encontramos con el Señor. Y para allá, él nos quería llevar. Porque lo había descubierto, había encontrado su amor, se había sentido amado y esa experiencia tenía que ser la de muchos, muchos más.
Anécdotas, podríamos contar muchas más. Algunos pueden contar momentos en el instituto de menores Agote, a donde una vez nos llevaron junto con el Gallego a hacer un pesebre viviente; o cuando organizó “La Pasión según San Juan” en Vélez, o cuando siendo diácono estuvo junto a Juan Pablo II en la misa en Palermo, o tantas, tantas más.
Termino con una oración que nos dejó Mónica en el grupo dónde estamos los de aquella época: “Gracias por la semilla de un mundo nuevo desde el Evangelio que sembraste en mí y en tantos jóvenes”.